Hace un rato estaba conversando con una buena amiga, y entre tantas cosas de las que hablamos a diario (viva la inmediatez que nos brindan herramientas como Whatsapp) surgió el tema del apego y la felicidad. Acá citaré algunas frases de mi amiga, y para evitar mencionar directamente su nombre, le llamaré ‘Amanda’ en este texto.
Amanda es una mujer joven e independiente que apenas hace unas semanas celebraba sus 27 años. La vida la ha tratado bien, tiene una carrera profesional prometedora; ahora mismo está radicada fuera de Venezuela y este mes está estrenando casa propia, se acaba de mudar con su novio a un pequeño apartamento que comenzó a pagar hace ya dos años.
Como es lógico pensar en este caso, su familia está muy contenta y agradecida por la forma en que la vida la está tratando ahora mismo. Sin embargo, hay algo que a ella le alcanza a incomodar en todo esto, y es que entre las frases de aliento y orgullo que ocasionalmente le llegan de sus familiares y amigos, surgen ciertas preguntas que están signadas por un canon social que yo particularmente tampoco aprecio:
- ¿Tienes novio, casa, carro, y aún no tienes hijos?
- ¿Cuando te casas?
- ¿Para cuando dejarás el embarazo, si ya tienes 27?
Citando a Amanda:
– Odio cuando me dicen cosas como:
— «Ah, pero ahora estás bien porque tienes novio, carro y casa»
– Mierda, ni que antes estuviera infeliz.
La realidad es que vivimos en una sociedad que tiene ciertos cánones impuestos, ciertas formas de pensamiento que aceptamos como norma y que inconscientemente tomamos como las formas correctas. No pretendo adentrarme en el origen de estos cánones que la sociedad da por sentado, sin embargo, sí quiero escribir mi opinión acerca de estos, y quizás explicar un poco el por qué me parece tan aberrante que algunas personas piensen de esa manera tan anticuada.
Tengo muy claro que, como sociedad estamos sentados bajo la cómoda sombra que nos brinda la cultura del apego. Ya desde muy pequeños nos moldean la personalidad para hacernos encajar socialmente, y en ese proceso nos inculcan que las cosas duran para siempre y que para ser completamente felices debemos hallar una pareja, tener un trabajo estable y tener tu primer hijo antes de los treinta porque «pa’ luego es tarde».
Estuve leyendo que los Budistas consideran ignorantes a aquellas personas que tienen esta creencia de que las cosas son eternas y no cambian; ellos viven bajo un concepto de que las cosas no duran toda la vida y esto les facilita estar preparados para aceptar la soledad y la perdida, mientras que nosotros los occidentales vivimos totalmente al contrario. Como mencionaba más arriba, nos educan para pensar que la felicidad plena está enmarcada en el concepto de tres fases:
- Tener pareja.
- Tener trabajo / Casa propia.
- Tener hijos.
Creo que es necesario entender que si tu consideras que algo o alguien es indispensable para que puedas alcanzar la felicidad, es muy probable que te cueste muchísimo alcanzar esa felicidad, y que cuando creas haberla alcanzado, ésa felicidad estará pendiendo de un hilo que tiene un único punto de fallo: esa persona, o ese algo que consideras indispensable.
Sin dar muchas vueltas, considero que eso no está bien. Es decir, es bastante triste que alguien pueda pensar cosas como:
¿Si no te casas, con quién vas a vivir?
Vamos a ver, las personas debemos aprender a disfrutar de nuestra soledad. Si vamos a convivir con alguien, que no sea por el simple hecho de no estar solos. Si vas a convivir con alguien debe ser porque quieres compartir tu soledad con él/ella. Si vas a convivir con alguien es porque realmente quieres abrir los ojos y ver los suyos, no debes intentar vivir al lado de alguien sólo para que te quite la soledad y no te haga compañía.
¿Ya tienes casi 30 años, y el bebé para cuándo?
¿Es necesario tener hijos? Es decir, no para todas las personas el hecho de tener descendencia es algo primordial y prioritario en la vida. Y de hecho, tener hijos no puede ni debe ser una meta obligatoria, una meta impuesta porque sí. Conozco muchos casos de personas que llegando a los treinta años, y viviendo bajo esa falsa sensación de seguridad se casan con la pareja de turno, se embarazan pensando que después será demasiado tarde y que quizás así aseguran su permanencia en compañía de alguien más en el futuro.
El resultado suele ser un bebé con padres separados, y unos padres que no son sino adultos promedio, domesticados en una rutina sin emociones, con muchos sueños ahorrados y grandes expectativas frustradas.
Sin embargo también hay resultados positivos, donde las parejas se casan antes de los 30, tienen hijos y son felices en su rutina. La cuestión que este caso no tiene por qué ser la norma y la meta para todos nosotros.
¿Y SI CAMBIAMOS EL CHIP?
En lo personal, no me molesta tanto que me pregunten cuándo voy a tener pareja estable, cuando me voy a casar y cuando voy a tener un hijo. Más bien, lo que suelo pensar cuando me hacen estos comentarios es una pena ajena bastante difícil de disimular.
Como digo, me da bastante pena que muchas personas acepten expectativas impuestas porque sí, sin cuestionar si realmente desean o sienten que es necesario alcanzar esas expectativas para las cuales nos han formado. No somos ganado para tener que dejar descendencia obligada en el mundo, o quizás sí, quizás el sistema nos inculca tener hijos siendo adultos jóvenes porque así se garantiza la energía necesaria para que este absurdo siga funcionando con el ritmo incontrolable que tiene desde hace tres generaciones.
¿Y si cambiamos el chip, y si en lugar de tomar como ciertas todas estas normas, simplemente empezamos a considerar que la felicidad y el apego no tienen que ver tanto como hemos creído hasta ahora? ¿No les parece que es más sencillo e incluso más puro pensar que la felicidad no tiene una receta única?
Haciendo un símil culinario, quizás, como cada persona tiene un paladar único, el sabor de la felicidad que a mi me produce tu receta sea bastante amargo. Y quizás, el sabor que te produce mi receta de la felicidad a ti te parezca muy salado. A fin de cuentas, todos sabemos que somos diferentes y únicos, pero por alguna razón que puede ir desde la simple ignorancia hasta el más puro egocentrismo, muchas personas nos quieren imponer las creencias y pensamientos que a ellos les ha impuesto la sociedad o incluso su familia.
Esto último es un gran problema porque vulnera nuestro derecho a ser libres, nosotros debemos tener libertad de pensamiento y de creencias siempre y cuando no afectemos a otras personas y me parece que es muy importante tomar conciencia de ello. Y al final entender, como mencionaba al principio, que la felicidad no debe estar basada en el apego emocional hacia algo o hacia alguien; porque al final de todo esta historia, puede que te encuentres huérfano de ti mismo después de haber invertido todas tus energías en relaciones y formas de vivir que te alejaron de tus expectativas originales.
Que no nos toque vivir una vida llena de compañía física y sueños frustrados, que todos tengamos la oportunidad de cumplir las metas y expectativas que originalmente tuvimos cuando eramos niños. Que primero viajemos, que primero triunfemos, sonríe, disfruta, aprende a cocinar algo nuevo, escribe poemas aunque sean una mierda, conoce personas nuevas y disfruta de sus historias y comparte las tuyas, compra un vino de vez en cuando y disfruta de la música que te gusta mientras observas con tranquilidad el mundo desde una ventana, ten la libertad que te mereces y disfruta de ella.
No permitas que nadie te diga cómo vivir tu vida, no permitas que la norma social determine tus tiempos, aprovecha cada día y comparte todas tus emociones sin tener miedo del qué dirán. Quizás esa receta de la felicidad sea un poco más universal que aquella basada en el concepto de tres fases (pareja, casa, hijos)
Espero que la vida los siga tratando bonito igual que a mi querida Amanda. Y si no es así, quizás sea momento de que cambies el chip.
Nos vemos otro día, aquí mismo en la terraza…